¡Cuidado con los gorilas!
Los psicólogos lo llaman la ilusión de la atención. Básicamente, lo que nos viene a decir es que cuando estamos suficientemente concentrados en una tarea, casi todo lo que sucede a nuestro alrededor es invisible. Intuitivamente, esto tiene bastante sentido. Si no fuera así, podríamos suponer que nuestra capacidad de atención es infinita. Y cualquiera que haya intentado escribir un email mientras habla por teléfono sabe que nada más lejos de la realidad. Por eso resulta peligroso cruzar semáforos cuando uno va escuchando a Mozart; y por eso es poco recomendable conducir cuando mientras se mantiene una animada conversación por teléfono. Nos centramos en la tarea que tenemos entre manos y nos olvidamos de casi todas las demás. Por supuesto, la concentración es muy útil en la realización de algunas tareas. Pero también puede ser extremadamente perjudicial.
La concentración puede hacer que las personas permanezcamos ciegas a eventos o acontecimientos que, en circunstancias normales, hubieran captado nuestra atención. Daniel Kahneman, Premio Nobel de Economía en el año 2002, relata un divertido ejemplo de ello en su último libro, «Thinking Fast and Slow». Dos investigadores, Dan Simons y Chris Chabris, filmaron en 1999 un vídeo en el que aparecían dos equipos, uno vestido de negro y otro de blanco, pasándose una pelota de baloncesto. Los académicos pedían a los participantes en el experimento que vieran el vídeo y que contaran el número de veces que el equipo blanco se pasaba la pelota, ignorando los pases del equipo negro. O al revés. Transcurrida aproximadamente la primera mitad del vídeo, una mujer disfrazada de gorila aparecía en la pista, la recorría durante nueve segundos, se detenía, se golpeaba el pecho y desaparecía de la pantalla.
Sorprendentemente, alrededor de la mitad de las personas participantes en el experimento no se dio cuenta de la aparición del gorila. De hecho, se mostraban incrédulos cuando se les decía que un gorila había hecho su aparición mientras estaban absortas contando los pases. La razón de semejante despiste es que la tarea de contar los pases es difícil y exige concentración. Lo que nos hace ciegos a lo obvio. Y ciegos a nuestra propia ceguera. Los árboles, en definitiva, no nos dejan ver el bosque.
Simons y Chabris han probado la ilusión de la atención en numerosas ocasiones y contextos. En una más reciente versión del experimento pidieron a un grupo de personas que siguieran a alguien que hacía jogging en un parque. Y que contaran el número de veces que el corredor se tocaba la gorra. En esta ocasión el gorila fue sustituido por un grupo de actores que escenificaban una ruidosa pelea en un punto de la ruta del corredor. Los resultados no les sorprenderán; sólo un tercio de los participantes se dieron cuenta de la pelea cuando el experimento transcurría durante la noche. Y sólo la mitad cuando tenía lugar durante el día. Y eso que la pelea era evidente para todo el que pasara por allí. Pero no para quienes estaban absortos esperando que el corredor se llevara la mano a la gorra. Al igual que en el caso del gorila, la concentración de los participantes en el experimento hizo invisible cuanto sucedía a su alrededor.
La receta de los psicólogos para evitar los efectos secundarios de la ceguera del gorila no es otra que recordar a las personas, con frecuencia, que deben esperar lo inesperado. Y esto es especialmente relevante en el mundo empresarial, sujeto a dinámicas enormemente complejas y donde los gorilas están agazapados detrás de casi cualquier esquina. Así lo prueba, por ejemplo, la frecuencia de las debacles o colapsos empresariales. Según The Economist éstos se han multiplicado a lo largo de las últimas décadas.
De este modo, la ilusión de la atención, y los experimentos del gorila o el corredor, ofrecen útiles enseñanzas a aquellos que se dedican a gestionar o administrar compañías y a quienes nos ocupamos de esto se ha venido a denominar responsabilidad corporativa. A los primeros, debería servirles de advertencia frente los riesgos de no esperar lo inesperado. A los segundos, experimentos como el del gorila deberían recordarnos que nuestra función es, sobre todo, recordar a los gestores que las sorpresas existen. Y que no siempre se esconden en las cuentas de resultados.