La base de la convivencia es el diálogo. La plática entre dos o más personas que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos. Las discusiones tratan de buscar la avenencia. La negociación implica buscar el óptimo social que satisfaga la mayor utilidad social posible. Por eso resulta frustrante las conversaciones de besugos o las de sordos, cháchara sin coherencia lógica o en la que los interlocutores no se prestan atención. Paripé del que nuestros políticos son especialistas en cualquiera de estas acepciones.
Sobre los líderes recae toda la responsabilidad de dirigir proyecto hacia buen puerto. Nuestros líderes políticos no son una excepción. Por eso es frustrante su patológica incapacidad de flexibilizar sus dogmáticas posturas. Resulta patético contrastar sus antagónicos argumentos ante situaciones similares cuando se encuentran en la oposición o cuando gobiernan.
Los mantras que repiten machaconamente los portavoces de los partidos políticos suenan a rancio. ¿Dónde está el propósito de enmienda, la crítica constructiva, la autocrítica, la educación, el respeto…? La demagogia más chabacana campa a sus anchas en España. Unos y otros pugnan por destruir nuestro país sin ningún rubor. Muy pocos de esta estirpe merecen un voto de confianza.
¿Algún partido político se postula para gobernar y satisfacer al mayor número posible de ciudadanos con independencia de su voto? ¿O tan solo se plantean remunerar gustosamente las papeletas compradas? ¿Cuál es el sentido de los pactos de gobierno? ¿Cuánto hay de artimaña y cuanto de sórdido tejemaneje? Tiempos oscuros se ciernen sobre España.
Mientras tanto, la corrupción parece instalada en nuestro sistema político. Uno tras otros, los corruptos van cayendo en manos de la Justicia. Pero el cáncer se ha extendido sobre la clase política y la gangrena exige la amputación de los miembros enfermos para atisbar esperanza en la supervivencia del sistema.