La desigualdad, enemigo público nº1

Juan Royo Abenia

85 personas acumulan tanta riqueza en el mundo como 3.570 millones de pobres. Un 1% de la población acapara el 46% de la riqueza mundial. En España los 20 más ricos poseen una fortuna similar a los ingresos del 20% de los más pobres. Datos escalofriantes que llevan al Foro Económico Mundial, que se celebra anualmente en Davos, a afirmar que esta creciente disparidad de ingresos constituye el segundo riesgo más importante a nivel mundial tanto en el corto como en el medio plazo. En España, paro y corrupción son las principales preocupaciones según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). También ha aumentado la inquietud respecto a la clase política.

¿Es esto el capitalismo? John Maynard Keynes, decía en su «Teoría general del empleo, el interés y el dinero» que el capitalismo se basa en la libre formación de precios consecuencia de la interacción entre oferta y demanda definidas por las elecciones de productores y consumidores. Sin embargo para que esto suceda el consumidor debe tener información suficiente para poder llevar a cabo su toma de decisión. ¿Qué sucede con información básica que podría decantar al consumidor a la hora de elegir un producto? Datos sobre la composición de la plantilla de la empresa (diversidad, género, discapacidad). O su interés por causas sociales. O su implicación en la conservación del medio ambiente… Bien porque las empresas no quieren que se las confunda con el marketing verde o ético, bien porque estas actuaciones sean inexistentes, el caso es que pocas empresas las comunican.

Por no hablar de la información asimétrica. ¿Bancos y particulares se encontraban en las mismas condiciones cuando se intermediaba la compra de participaciones preferentes, fondos de inversión de renta variable o la incorporación de clausulas suelo a las hipotecas? La falta de cultura financiera ha propiciado decisiones erróneas en muchos particulares. La falta de ética de aquellos que (se supone) sí la tenían también. Algo similar ocurre con los paraísos fiscales, utilizados sin ningún rubor por grandes y no tan grandes compañías como una herramienta más de la ingeniería fiscal.

Pero no solo las grandes empresas son culpables de esta brecha entre pobres y ricos. También las administraciones públicas deben hacer examen de conciencia. Ahí están los millones de euros despilfarrados en infraestructuras inútiles. Aeropuertos vacios. Autopistas vacías. Palacios de congresos vacíos. Museos vacios. Terrenos urbanizados vacios. Dinero que se ha despilfarrado y que inhabilita a la Administración Pública a ejecutar las políticas anticíclicas que Keynes aconsejaba y que, sin duda recortarían la brecha entre ricos y pobres. Con regocijo para todos. Pues cuanto más se reduzca esa brecha, más crecerá el consumo, las ventas de las empresas, los beneficios empresariales y la recaudación estatal vía impuestos.

Juan Royo, director de culturaRSC.com