La colaboración se ha convertido en el nuevo paradigma económico social. Según la RAE, colaborar es trabajar con otra u otras personas en la realización de una obra. Es también contribuir (concurrir con una cantidad) y, en definitiva, ayudar con otros al logro de algún fin. Es en ésta última acepción en donde los economistas estamos haciendo énfasis. Frente a la competitividad, que también según la RAE, es la capacidad de competir, pero también, la rivalidad para la consecución de un fin.
¿Colaboración o rivalidad para el logro de un fin, por ejemplo, solucionar los problemas del mundo?
Desde el punto de vista de la lógica del mercado, la colaboración ofrece múltiples ventajas. Asigna los recursos de forma eficiente en una economía moderna en la que el conocimiento supera en valía a las materias primas. Compartir mis saberes técnicos o humanísticos con otras personas no me empobrece. Todo lo contrario, provoca efectos muy positivos (reputación) en quien genera esa riqueza. La meritocracia supera, de esta manera, otras formas de ejercer el liderazgo.
La tecnología y las redes sociales evitan el despilfarro: un viaje de cinco personas en cinco coches diferentes con un recorrido similar lo es. Un apartamento vacío durante 11 meses al año es otro dispendio. Los ahorros de costes se reparten entre los usuarios que los han generado lo que redunda en un mayor beneficio.
Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. En los años ochenta, el ingenuo Bud Fox y el tramposo Gordon Gekko nos enseñaron que la competitividad extrema no es buena consejera (Wall Street, Oliver Stone, 20th Century Fox, 1987). En la actualidad corremos otro riesgo: una economía colaborativa mal entendida, de la misma manera que no supimos entender el concepto de economía especulativa. La especulación es una actividad imprescindible en nuestra sociedad. Siempre y cuando no todas las personas sean especuladores. Entonces se convierte en un juego de suma cero. Lo que gana el especulador alcista lo pierde el bajista. Y viceversa. En términos de generación de valor (al estilo del CSV creating shared value de Porter, 2012) debe haber especuladores que asuman riesgos y gente que tenga necesidad de cubrirlos, instrumentos de cobertura para éstos, instrumentos especulativos para aquellos. Las dos caras de una misma moneda.
La colaboración es la clave del desarrollo económico y social pero no puede ser palanca exclusiva del cambio. ¿Una empresa puede basar su actividad exclusivamente en la colaboración? Es obvio que no. El trueque optimiza sus procesos pero la facturación debe hacerse en un porcentaje determinado monetizando su valor. ¿Todas los emprendedores son objeto de beneficiarse de la colaboración? NO. El trabajo en equipo está sobrevalorado. ¡Cuántos conflictos se generan debido a los free riders (los gorrones, los viajeros sin billete) desde aquellos contribuyentes que se escaquean a la hora de contribuir con sus impuestos hasta aquellos alumnos que no realizan su cometido en los trabajos en grupo que ordena el profesor en clase! Lo mismo sucede en las empresas. ¿Eran las participaciones preferentes o las cláusulas suelo productos financieros tóxicos por definición? NO. ¿Fueron torticeramente comercializados? SÍ. ¿Son las plataformas de equity crowfunding una vía de financiación empresarial coherente y transparente? SÍ. ¿Todos los inversores (ahorradores) que acceden a ellas son conscientes de la diferencia con otros activos financieros? NO.
Colaboración y competitividad son dos vías para lograr fines que deben ir de la mano. La una sin la otra empobrece el resultado final. La soberbia de la especulación generó trampas (manipulación, información privilegiada…) y burbujas financieras. Esperemos que la colaboración no caiga en los mismos errores.
Fotografía: Chema Dieste