En 2007, Paco Roca (Valencia, 1969) publica Arrugas (Premio Nacional de Cómic, 2008), una historia dedicado a sus padres. Emilio, el protagonista, está inspirado en el padre de su buen amigo MacDiego. Paco quería hablar sobre la vejez de las personas. Este era un tema demasiado amplio así que se centró en las residencias de ancianos. Y chocó de bruces con el Alzheimer.
El Alzheimer es un desorden neurodegenerativo progresivo que roba las capacidades que nos definen como humanos: la memoria, el habla, el control emocional y la habilidad de razonar y tomar decisiones lógicas. En España, afecta a 600.000 personas, en Europa a 7 millones y en el mundo a 44 millones. El envejecimiento es uno de los principales factores de riesgo y con el aumento de la esperanza de vida, se estima que en 2050 habrá 135 millones de personas con demencia.
Solo en Europa, el coste económico relacionado con el cuidado de enfermos con demencia es de 130.000 millones de euros anuales. Se trata de una de las principales causas de dependencia en nuestra sociedad. La duración media de la enfermedad se sitúa entre los 2 y los 10 años, y durante este tiempo los pacientes requieren atenciones que suponen una dura prueba para cuidadores, familiares y sociedad.
Diagnóstico y tratamiento
El Alzheimer continúa siendo a día de hoy imposible de prevenir. Su origen y sus causas siguen siendo desconocidas. Su diagnóstico se realiza solo en estados avanzados. No existe ningún medicamento que ralentice el deterioro cognitivo del enfermo. Una tras otra, las terapias ensayadas fracasan, lo que desanima a la industria a invertir en nuevos ensayos. Nos encontramos ante una enfermedad que adquiere dimensiones bíblicas.
Según Christopher Dobson (Universidad de Cambridge) y Natàlia Carulla (IRB Barcelona) solo podremos superar su devastación descubriendo los agentes responsables de su origen y progresión. La inversión en investigación básica y aplicada es el único camino para encontrar las soluciones. Si se invierte como se ha hecho con el cáncer –que hoy es 10 veces superior a la inversión para la investigación del Alzheimer-, el desarrollo de tratamientos efectivos no tardarán en llegar.
Una luz de esperanza
Para Teresa Gómez-Isla (Massachusetts General Hospital, Boston) diagnosticar la enfermedad, antes de que sus primeros síntomas produzcan un daño irreversible en el cerebro, es imprescindible. Las placas de amiloide empiezan a acumularse en el cerebro unos 15 años antes de que aparezcan las primeros señales. ¿El fracaso de los ensayos clínicos puede deberse en parte a que estamos llegando demasiado tarde?
Una parte de la investigación del equipo de Gómez-Isla está centrada en la validación de biomarcadores de neuroimagen que respondan a este propósito. La comunidad científica ya dispone de marcadores de imagen que permiten ver las placas de amiloide en vida y se acaba de poner en marcha el primer ensayo clínico preventivo con un fármaco antiamiloide en voluntarios mayores asintomáticos que tienen amiloide en su cerebro. Este ensayo permitirá aclarar si este tipo de tratamiento es útil o no para prevenir la aparición de la demencia.
Por lo que respecta a estrategias terapéuticas, Mercè Boada (Hospital de la Vall d’Hebron, Barcelona) dirige desde hace menos de un año un estudio clínico con 350 pacientes para un tratamiento para el Alzheimer de la farmacéutica Grífols. El estudio AMBAR («Alzheimer Management By Amyloid Removal») ensaya el tratamiento combinado de plasmaféresis de albúmina humana para retirar del plasma de los pacientes los agregados de proteína beta amiloide.
Juan Royo, director de culturaRSC.com