La política (y la guerra) vuelve a inmiscuirse en el libre mercado. El pasado 17 de julio un avión comercial malasio que sobrevolaba el este de Ucrania es derribado por un misil. Mueren sus 298 pasajeros. LaUnión Europea impone sanciones a Rusia en los sectores financiero, energético y militar. Entre otras, se prohíbe la compraventa de acciones o bonos emitidos por bancos en los que el Estado ruso tenga más del 51% de las acciones; se deniegan nuevas licencias de exportación de equipamiento o tecnología para la exploración o extracción de gas o petróleo; se embargan envíos de armas o tecnología civil que pueda tener un uso militar. A continuación Rusia hace lo propio y prohíbe gran parte de sus importaciones de alimentos de la Unión Europea y sus aliados inmersos en el conflicto. Y advierte de una espiral de represalias que afectarían a otros sectores como el automotriz, la aeronáutica o la construcción de embarcaciones.
Uno de los principales países afectados ha sido el nuestro. Los agricultores españoles han visto como de la noche a la mañana su mejor cliente revocaba sus pedidos. A diferencia de las sanciones europeas, las rusas se han implementado con carácter retroactivo lo que vulnera las reglas del comercio al cancelar pactos ya firmados. En muchos casos la mercancía ya estaba en proceso de distribución por lo que su retorno deteriora todavía más la cuenta de resultados de nuestras empresas agrícolas. ¿Qué hacemos con toda la fruta que Rusia se niega a comprar? Buscar nuevos mercados no es viable ante la rapidez con la que un producto perecedero se deteriora. Los donativos a bancos de alimentos así como su conversión en zumo se antojan soluciones limitadas al encontrarse por encima ya de su capacidad de absorción. La destrucción de la fruta es inmoral en un planeta de 7.000 millones de habitantes que produce alimentos para 12.000 millones y en el que 900 millones pasan hambre según denuncia Martín Caparrós (El hambre, Planeta, 2014). Si se destina al mercado español, los precios se desplomarán, sin duda, ante la evidencia de la inexorable ley de la oferta y de la demanda. En tiempos de crisis es cuando surgen la innovación y las estrategias que generarán valor y sostenibilidad.
Existe consenso (tanto en la población en general como en los profesionales) que la fruta es un alimento saludable y que otros, como la bollería industrial o la comida rápida (fast food) o son paradigma de «comida basura». Según una reciente encuesta de una marca de comidas dietéticas, en España, sólo un 29% de los encuestados cumple la recomendación de tomar 5 piezas de fruta y verdura al día. Una percepción de nuestro consumo de frutas incluso demasiado generosa si las comparamos con los datos oficiales: las frutas frescas y hortalizas solo suponen en el 9,3% cada una del gasto total de la cesta de la compra de los españoles. Según la Fundación Española del Corazón (FEC) una dieta basada en vegetales es indispensable para gozar de una buena salud. FEC alerta sobre el abuso de alimentos precocinados que, en muchos casos, contienen un exceso de sal. ¿Por qué en España (a pesar de una correcta percepción de lo que es saludable y lo que no lo es) se siguen consumiendo productos poco beneficiosos para nuestro bienestar? Estas multinacionales encuentran en el marketing el camino directo para llegar al bolsillo del consumidor. Los empresarios agrícolas lo tienen más difícil. Sin embargo, un agresivo recorte de precios podría incentivar su consumo masivo y generar definitivamente la adicción a la comida sana. Una gran demanda (mayores ventas) compensaría la bajada de precios incrementando los beneficios del sector… y de la sociedad que equilibraría definitivamente su pirámide alimenticia.
Juan Royo, director de culturaRSC.com